sexta-feira, 8 de abril de 2016

7. Pedro Páramo: El día que te fuiste - Juan Rulfo

Juan Rulfo




7. Pedro Páramo: El día que te fuiste





«El día que te fuiste entendí que no te volvería a ver. Ibas teñida de rojo por el sol de la tarde, por el crepúsculo ensangrentado del cielo. Sonreías. Dejabas atrás un pueblo del que muchas veces me dijiste: "Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él". Pensé: "No regresará jamás; no volverá nunca".» 

-¿Qué haces aquí a estas horas? ¿No estás trabajando? 

-No, abuela. Rogelio quiere que le cuide al niño. Me paso paseándolo. Cuesta trabajo atender las dos cosas: al niño y el telégrafo, mientras que él se vive tomando cervezas en el billar. Además no me paga nada. 

-No estás allí para ganar dinero, sino para aprender; cuando ya sepas algo, entonces podrás ser exigente. Por ahora eres sólo un aprendiz; quizá mañana o pasado llegues a ser tú el jefe. Pero para eso se necesíta paciencia y, más que nada, humildad. Si te ponen a pasear al niño, hazlo, por el amor de Dios. Es necesario que te resignes. 

-Que se resignen otros, abuela, yo no estoy para resignaciones. 

-¡Tú y tus rarezas! Siento que te va a ir mal, Pedro Páramo.



-¿Qué es lo que pasa, doña Eduviges? 


Ella sacudió la cabeza como si despertara de un sueño. 

-Es el caballo de Miguel Páramo, que galopa por el camino de la Media Luna. 

-¿Entonces vive alguien en la Media Luna? 

-No, allí no vive nadie. 

-¿Entonces? 

-Solamente es el caballo que va y viene. Ellos eran inseparables. Corre por todas partes buscándolo y siempre regresa a estas horas. Quizá el pobre no puede con su remordimiento. ¿Cómo hasta los animales se dan cuenta de cuando cometen un crimen, no? 

-No entiendo. Ni he oído ningún ruido de ningún caballo. 

-¿No? 

-No. 

-Entonces es cosa de mi sexto sentido. Un don que Dios me dio; o tal vez sea una maldición. Sólo yo sé lo que he sufrido a causa de esto. 

Guardó silencio un rato y luego añadió: 

-Todo comenzó con Miguel Páramo. Sólo yo supe lo que le había pasado la noche que murió. Estaba ya acostada cuando oí regresar su caballo rumbo a la Media Luna. Me extrañó porque nunca volvía a esas horas. Siempre lo hacía entrada la madrugada. Iba a platicar con su novia a un pueblo llamado Contla, algo lejos de aquí. Salía temprano y tardaba en volver. Pero esa noche no regresó... ¿Lo oyes ahora? Está claro que se oye. Viene de regreso. 

-No oigo nada. 

-Entonces es cosa mía. Bueno, como te estaba diciendo, eso de que no regresó es un puro decir. No había acabado de pasar su caballo cuando sentí que me tocaban por la ventana. Ve tú a saber si fue ilusión mía. Lo cierto es que algo me obligó a ir a ver quién era. Y era él, Miguel Páramo. No me extrañó verlo, pues hubo un tiempo que se pasaba las noches en mi casa durmiendo conmigo, hasta que encontró esa muchacha que le sorbió los sesos. 



«-¿Qué pasó? -le dije a Miguel Páramo-. ¿Te dieron calabazas? »-No. Ella me sigue queriendo -me dijo-. Lo que sucede es que yo no pude dar con ella. Se me perdió el pueblo. Había mucha neblina o humo o no sé qué; pero sí sé que Contla no existe. Fui Pedro Páramo Juan Rulfo 16 más allá, según mis cálculos, y no encontré nada. Vengo a contártelo a ti, porque tú me comprendes. Si se lo dijera a los demás de Comala dirían que estoy loco, como siempre han dicho que lo estoy. 

»-No. Loco no, Miguel. Debes estar muerto. Acuérdate que te dijeron que ese caballo te iba a matar algún día. Acuérdate, Miguel Páramo. Tal vez te pusiste a hacer locuras y eso ya es otra cosa. 

»-Sólo brinqué el lienzo de piedra que últimamente mandó poner mi padre. Hice que el Colorado lo brincara para no ir a dar ese rodeo tan largo que hay que hacer ahora para encontrar el camino. Sé que lo brinqué y después seguí corriendo; pero, como te digo, no había más que humo y humo y humo. 

»-Mañana tu padre se torcerá de dolor -le dije-. Lo siento por él. .Ahora vete y descansa en paz, Miguel. Te agradezco que hayas venido a despedirte de mí. 

»Y cerré la ventana. 

»Antes de que amaneciera un mozo de la Media Luna vino a decir: 

»-El patrón don Pedro le suplica. El niño Miguel ha muerto. Le suplica su compañía. 

»-Ya lo sé -le dije-. ¿Te pidieron que lloraras? 

»-Sí, don Fulgor me dijo que se lo dijera llorando. 

»-Está bien. Dile a don Pedro que allá iré. ¿Hace mucho que lo trajeron? 

»-No hace ni media hora. De ser antes, tal vez se hubiera salvado. Aunque, según el doctor que lo palpó, ya estaba frío desde tiempo atrás. Lo supimos porque el Colorado volvió solo y se puso tan inquieto que no dejó dormir a nadie. Usted sabe cómo se querían él y el caballo, y hasta estoy por creer que el animal sufre más que don Pedro. No ha comido ni dormido y nomás se vuelve un puro corretear. Como que sabe, ¿sabe usted? Como que se siente despedazado y carcomido por dentro. 

»-No se te olvide cerrar la puerta cuando te vayas. 

»Y el mozo de la Media Luna se fue.» 

-¿Has oído alguna vez el quejido de un muerto? -me preguntó a mí. 

-No, doña Eduviges. 

-Más te vale.


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El mexicano Juan Rulfo (1918-1986) figura, a pesar de la brevedad de su obra, entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. De formación autodidacta, trabajó como guionista para el cine y la televisión. Con sólo dos obras de ficción publicadas -el libro de relatos El llano en llamas y la novela Pedro Páramo-, ha ejercido una decisiva influencia en la literatura en castellano del último medio siglo. En 1983 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras.


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7. Pedro Páramo: No dia em que




No dia em que você foi embora, entendi que não tornaria a vê-la. Você ia tingida de vermelho pelo sol da tarde, pelo crepúsculo ensanguentado do céu. Você sorria. Deixava para trás um povoado do qual muitas vezes você mesma me disse: ‘Gosto daqui por sua causa; mas odeio isso aqui por causa de todo o resto, até por ter nascido aqui.’ Pensei: ‘Não regressará jamais; não voltará nunca.’ 

— O que você está fazendo aqui a esta hora? Você não está trabalhando?

 — Não, vó. Rogelio quer que eu cuide do menino dele. Fico passeando com ele. Dá trabalho cuidar das duas coisas: o menino e o telégrafo, enquanto ele vive tomando cerveja no bilhar. Além do mais, não me paga nada. 

— Você não está aí para ganhar dinheiro, mas para aprender; quando souber alguma coisa, então vai poder ser exigente. Por enquanto, você é apenas um aprendiz; talvez amanhã ou depois você vire chefe. Mas para isso é preciso paciência e, acima de tudo, humildade. Se pedem para você cuidar da criança, faça isso, pelo amor de Deus. É preciso se resignar. 

— Pois que se resignem os outros, vó; eu não sou de resignações. 

— Você e as suas esquisitices! Sinto que você vai se dar mal, Pedro Páramo. 



O que está acontecendo, dona Eduviges? 

Ela balançou a cabeça como se despertasse de um sonho. 

— É o cavalo de Miguel Páramo, galopando pelo caminho da Media Luna. 

— Mas então, alguém mora em Media Luna? 

— Não, lá não mora ninguém. 

— E então? 

— É só o cavalo, que vai e que vem. Eles eram inseparáveis. Corre por tudo que é canto, procurando por ele e volta sempre a esta hora. Talvez o coitado não aguente o remorso. Porque até os animais sabem quando cometem um crime, não é? 

— Não entendo. Nem ouvi nenhum ruído de nenhum cavalo. 

— Não? 

— Não. 

— Então é coisa do meu sexto sentido. Um dom que Deus me deu; ou talvez uma maldição. Só eu sei o que sofri por causa disso. 

Guardou um longo silêncio e depois acrescentou: 

— Tudo começou com Miguel Páramo. Só eu soube o que tinha acontecido com ele na noite em que morreu. Estava deitada quando ouvi seu cavalo regressar rumo à Media Luna. Achei estranho porque ele nunca voltava naquela hora. Somente na entrada da madrugada. Ia conversar com sua noiva num povoado chamado Contla, um tanto longe daqui. Saía cedo e demorava a voltar. Mas naquela noite não regressou... Está ouvindo agora? Claro que dá para ouvir. Está de regresso. 

— Não ouço nada. 

— Então é coisa minha. Bem, como eu estava dizendo, essa história de que ele não regressou é só um jeito de falar. O cavalo mal tinha acabado de passar, quando ouvi que batiam na minha janela. Vá saber se foi ilusão minha. Mas a verdade é que alguma coisa me obrigou a ir ver quem era. E era ele, Miguel Páramo. Não estranhei, pois houve um tempo em que passava a noite na minha casa dormindo comigo, até encontrar essa moça que sorveu seus miolos. 



“— O que aconteceu? — perguntei a Miguel Páramo. — Levou um fora? 

“— Não. Ela continua gostando de mim — ele me disse. – Acontece que não consegui encontrá-la. Não achei o povoado. Havia muita neblina ou fumaça ou sei lá o quê; mas o que sei é que Contla não existe. Fui além dela, pelos meus cálculos, e não encontrei nada. Vim contar isso a você, porque você me compreende. Se eu contasse aos outros de Comala iam dizer que fiquei louco, do jeito que sempre disseram que sou. 

“— Não. Louco não, Miguel. Você deve estar é morto. Lembre-se que disseram a você que esse cavalo ainda iria matá-lo algum dia. Lembre-se, Miguel Páramo. Pode até ser que você tenha desandado a fazer loucuras, mas isso já é uma outra história. 

“— Eu só saltei a cerca de pedra que ultimamente meu pai mandou botar. Fiz o Colorado saltar para não dar esse rodeio tão longo que é preciso fazer agora para encontrar o caminho. Sei que pulei e depois continuei correndo; mas, como eu digo, não havia nada além de fumaça e fumaça e fumaça. 

“– Amanhã seu pai vai se contorcer de dor — eu disse. — Sinto por ele. Agora vá embora e descanse em paz, Miguel. Agradeço você ter vindo se despedir de mim. 

“E fechei a janela. 

“Antes que amanhecesse o peão da Media Luna veio me dizer: 

“— O patrão dom Pedro suplica. O menino Miguel morreu. Ele suplica pela sua companhia. 

“— Já estou sabendo — respondi. — Pediram a você que chorasse? 

“— Sim, senhora, dom Fulgor me disse que dissesse isso chorando. 

“— Está bem. Diga a dom Pedro que eu vou. Faz muito tempo que trouxeram Miguel? 

“— Não faz nem meia hora. Se fosse antes, talvez ele tivesse se salvado. Ainda que, conforme disse o doutor que o apalpou, ele já estivesse frio fazia tempo. Ficamos sabendo porque o Colorado voltou sozinho e ficou tão inquieto que não deixou ninguém dormir. A senhora sabe como ele e o cavalo se gostavam, e estou a ponto de achar que o cavalo sofre mais até do que dom Pedro. Não comeu nem dormiu e só faz correr para lá e para cá. Como se soubesse, a senhora sabe? Como se se sentisse despedaçado e carcomido por dentro. 

“— Não se esqueça de fechar a porta quando sair. 

“E o moço da Media Luna foi embora. 

— Alguma vez você ouviu o queixume de um morto? — ela me perguntou. 

— Não, dona Eduviges. 

— Melhor para você.




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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título

Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.

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