domingo, 20 de março de 2016

5. Pedro Páramo: El agua que goteaba - Juan Rulfo

Juan Rulfo




5. Pedro Páramo: El agua que goteaba



El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas plas y luego otra vez plas en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire. 

-¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho? 

-Nada, mamá. 

-Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder. 

-Sí, mamá. 

«Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento. "Ayúdame, Susana." Y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. "Suelta más hilo." 

»El aire nos hacía reír; juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allá arriba, el pájaro de papel caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra. 

»Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.» -Te he dicho que te salgas del excusado, muchacho. 

-Sí, mamá. Ya voy: 

«De ti me acordaba. Cuando tú estabas allí mirándome con tus ojos de aguamarina.» 

Alzó la vista y miró a su madre en la puerta. 

-¿Por qué tardas tanto en salir? ¿Qué haces aquí? 

-Estoy pensando. 

-¿Y no puedes hacerlo en otra parte? Es dañoso estar mucho tiempo en el excusado. Además, debías de ocuparte en algo. ¿Por qué no vas con tu abuela a desgranar maíz? 

-Ya voy, mamá. Ya voy. 



-Abuela, vengo a ayudarle a desgranar maíz. 

-Ya terminamos; pero vamos a hacer chocolate. ¿Dónde te habías metido? Todo el rato que duró la tormenta te anduvimos buscando. 

-Estaba en el otro patio. 

-¿Y qué estabas haciendo? ¿Rezando? 

-No, abuela, solamente estaba viendo llover. 

La abuela lo miró con aquellos ojos medio grises, medio amarillos, que ella tenía y que parecían adivinar lo que había dentro de uno. 

-Vete, pues, a limpiar el molino. 

«A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras.» 

-Abuela, el molino no sirve, tiene el gusano roto. 

-Esa Micaela ha de haber molido molcates en él. No se le quita esa mala costumbre; pero en fin, ya no tiene remedio. 

-¿Por qué no compramos otro? Éste ya de tan viejo ni servía. 

-Dices bien. Aunque con los gastos que hicimos para enterrar a tu abuelo y los diezmos que le hemos pagado a la Iglesia nos hemos quedado sin un centavo. Sin embargo, haremos un sacrificio y compraremos otro. Sería bueno que fueras a ver a doña Inés Villalpando y le pidieras que nos lo fiara para octubre. Se lo pagaremos en las cosechas. 

-Sí, abuela. 

-Y de paso, para que hagas el mandado completo, dile que nos empreste un cernidor y una podadera; con lo crecidas que están las matas ya mero se nos meten en las trasijaderas. Si yo tuviera mi casa grande, con aquellos grandes corrales que tenía, no me estaría quejando. Pero tu abuelo le jerró con venirse aquí. Todo sea por Dios: nunca han de salir las cosas corno uno quiere. Dile a doña Inés que le pagaremos en las cosechas todo lo que le debemos. 

-Sí, abuela. 

Había chuparrosas. Era la época. Se oía el zumbido de sus alas entre las flores del jazmín que se caía de flores. 

Se dio una vuelta por la repisa del Sagrado Corazón y encontró veinticuatro centavos. Dejó los cuatro centavos y tomó el veinte. 

Antes de salir, su madre lo detuvo: 

-¿Adónde vas? 

-Con doña Inés Villalpando por un molino nuevo. El que teníamos se quebró. 

-Dile que te dé un metro de tafeta negra, corno ésta. -y le dio la muestra-. Que lo cargue en nuestra cuenta. 

-Muy bien, mamá. 

-A tu regreso cómprame unas cafiaspirinas. En la maceta del pasillo encontrarás dinero. 

Encontró un peso. Dejó el veinte y agarró el peso. 

«Ahora me sobrará dinero para lo que se ofrezca», pensó. 

-¡Pedro! -le gritaron-. ¡Pedro! 

Pero él ya no oyó. Iba muy lejos. 





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El mexicano Juan Rulfo (1918-1986) figura, a pesar de la brevedad de su obra, entre los grandes renovadores de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. De formación autodidacta, trabajó como guionista para el cine y la televisión. Con sólo dos obras de ficción publicadas -el libro de relatos El llano en llamas y la novela Pedro Páramo-, ha ejercido una decisiva influencia en la literatura en castellano del último medio siglo. En 1983 recibió el premio Príncipe de Asturias de las Letras.


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5. Pedro Páramo: A água que gotejava




A ÁGUA QUE GOTEJAVA das telhas fazia um buraco na areia do quintal. Soava: plás plás e depois outra vez plás, na metade de uma folha de louro que dava voltas e revoltas metida na fenda dos tijolos. A tormenta tinha ido embora. Agora, de vez em quando a brisa sacudia os ramos do pé de romã fazendo jorrar uma chuva espessa, estampando a terra com gotas brilhantes que logo se embaçavam. As galinhas, encolhidas como se dormissem, sacudiam de repente suas asas e saíam ao pátio, bicando depressa, agarrando minhocas desenterradas pela chuva. Quando as nuvens corriam, o sol arrancava luz das pedras, coloria tudo de um arco-íris de cores, bebia a água da terra, brincava com a brisa dando brilho às folhas com as quais a brisa brincava. 

— Que tanto você faz aí no banheiro, rapazinho?

— Nada não, mãe. 

— Se você continuar aí vai aparecer uma cobra e vai picar você. 

— Está bem, mãe. 

“Pensava em você, Susana. Nas colinas verdes. Quando soltávamos pipas na época do vento. Ouvíamos lá embaixo o rumor vivo do povoado enquanto estávamos acima dele, no alto da colina, conforme ia embora o fio de cânhamo arrastado pelo vento. ‘Ajuda aqui, Susana.’ E mãos suaves apertavam-se em nossas mãos. ‘Solta mais linha.’ 

“O vento nos fazia rir; juntava o olhar de nossos olhos, enquanto a linha corria entre nossos dedos atrás do vento, até se romper com um leve rangido como se tivesse sido cortada pelas asas de algum pássaro. E lá no alto o pássaro de papel caía em cambalhotas arrastando sua cauda de trapos, perdendo-se no verdor da terra. 

“Seus lábios estavam molhados como se tivessem sido beijados pelo orvalho.” 

— Já falei para você sair do banheiro, rapazinho. 

— Sim, mamãe. Já vou. 

“De você, eu me lembrava. Quando você estava ali me olhando com seus olhos de águamarinha.” 

Ergueu a vista e olhou sua mãe na porta. 

— Por que você demora tanto a sair? O que está fazendo aí? 

— Estou pensando. 

— E não dá para fazer isso em outro lugar? Faz mal ficar tanto tempo no banheiro. Além do mais, você devia ter alguma ocupação. Por que não vai ajudar sua avó a debulhar milho? 

— Já vou, mamãe. Já vou.



 — VÓ, VIM AJUDAR a debulhar. 

— Já acabamos. Mas vamos fazer chocolate. Onde é que você se meteu? O tempo inteiro que durou a tormenta ficamos procurando você. 

— Eu estava no quintal de lá. 

— E fazendo o quê? Rezando? 

— Não, vó, eu só estava vendo chover. 

A avó olhou para ele com aqueles seus olhos meio acinzentados, meio amarelados, que pareciam adivinhar o que havia dentro da gente. 

— Pois então vai lá limpar o moinho. 

“A centenas de metros, acima de todas as nuvens, além, muito além de tudo, você está escondida, Susana. Escondida na imensidão de Deus, atrás de sua Divina Providência, onde não consigo alcançar você nem ver você e onde minhas palavras não chegam.” 

— Vó, o moinho está quebrado, a moenda quebrou. 

— Essa Micaela deve ter moído milho com espiga e tudo. Ela não perde essa mania horrorosa; mas, enfim, se não tem mais remédio... 

— E por que a gente não compra outro? Esse aí nem servia mais, de tão velho. 

— Você tem razão. Só que com os gastos que tivemos para enterrar seu avô, mais dízimos que pagamos para a Igreja, ficamos sem nenhum centavo. E ainda assim, haveremos de fazer um sacrifício, e compraremos outro. Seria bom você ir até a dona Inés Villalpando pedir que nos deixasse fiado até outubro. A gente paga com a colheita. 

— Está bem, vó. 

— E aproveita para fazer o mandado completo, e peça a ela que nos empreste uma peneira e uma podadeira; do jeito que as plantas cresceram, já, já se metem em tudo. Se eu tivesse minha casa grande, com aqueles currais grandes, não estaria me queixando. Mas seu avô empacou nessa ideia de virmos para cá. Que seja tudo por Deus: as coisas nunca saem do jeito que a gente quer. Diga a dona Inés que na colheita a gente paga tudo que deve. 

— Está bem, vó. 

Havia colibris. Era o tempo. Dava para ouvir o zumbido de suas asas entre o jasmineiro que estava carregado de flores. 

Deu uma volta pela prateleirinha feito altar do Sagrado Coração e encontrou 24 centavos. Deixou os 4 e pegou os 20. 

Antes de sair, sua mãe o deteve: 

— Aonde é que você vai? 

— Até a dona Inés Villalpando ver um moinho novo. O que a gente tinha quebrou. 

— Diga a ela que mande um metro de tafetá preto, igual a este aqui — e deu uma amostra a ele. — Que ponha na nossa conta. 

— Está bem, mamãe. 

— E na volta me compre umas aspirinas. No vaso do corredor você vai encontrar dinheiro. 

Encontrou um peso. Deixou os 20 centavos e apanhou o peso. 

“Agora, vai sobrar dinheiro para o que eu quiser”, pensou. 

— Pedro! – gritou alguém. – Pedro! 

Mas ele não ouviu. Estava muito longe.






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Rulfo, Juan Pedro Páramo / tradução e prefácio de Eric Nepomuceno. — Rio de Janeiro: BestBolso, 2008. Tradução de: Pedro Páramo ISBN 978-85-7799-116-7 1. Romance mexicano. I. Nepomuceno, Eric. II. Título

Pedro Páramo – Romance mais aclamado da literatura mexicana, Pedro Páramo é o primeiro de dois livros lançados em toda a vida de Juan Rulfo. O enredo, simples, trata da promessa feita por um filho à mãe moribunda, que lhe pede que saia em busca do pai, Pedro Páramo, um malvado lendário e assassino. Juan Preciado, o filho, não encontra pessoas, mas defuntos repletos de memórias, que lhe falam da crueldade implacável do pai. Vergonha é o que Juan sente. Alegoricamente, é o México ferido que grita suas chagas e suas revoluções, por meio de uma aldeia seca e vazia onde apenas os mortos sobrevivem para narrar os horrores da história. O realismo fantástico como hoje se conhece não teria existido sem Pedro Páramo; é dessa fonte que beberam o colombiano Gabriel Garcia Márquez e o peruano Mario Vargas Llosa, que também narram odisseias latino-americanas.

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6. Pedro Páramo: Por la noche



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